domingo, 18 de enero de 2015

El calendario republicano francés

La Asamblea Nacional de la Revolución Francesa, con el entusiasmo por lo que creían que constituía el inicio de una nueva era, trató de romper las ataduras con el orden antiguo. Una de las principales decisiones consistió en unificar las medidas de longitud y, dependiendo de éstas, las de superficie, volumen y masa. La comisión encargada de definir el nuevo sistema de unidades, de base decimal, estaba formada por científicos de la talla del químico Lavoisier, y de los astrónomos y matemáticos Lagrange y Laplace. La vocación de universalidad del nuevo sistema les llevó a adoptar como a referente algo que pudiera ser considerado como propio por toda la humanidad, las dimensiones de la Tierra. Para efectuar las medidas más precisas de nuestro planeta se comisionó a dos científicos, Delambre y Méchain, para que calcularan con exactitud la distancia entre París y Barcelona y, a partir de dicho cálculo, la longitud del meridiano terrestre. Gracias a la tarea realizada por ambos grupos, unos años más tarde se definió la unidad fundamental de longitud, el metro, como la diez millonésima parte de la distancia entre un polo y el Ecuador.
Mientras tanto, las conspiraciones del rey Luis XVI para acabar con la Asamblea habían propiciado un golpe de estado que llevó a la deposición del rey, la convocatoria de elecciones y la proclamación de una nueva Asamblea de carácter constituyente llamada Convención. La Convención derogó la constitución de 1791, abolió legalmente la monarquía y fundó la I República francesa.
Así como la Asamblea había adoptado el sistema métrico decimal y comisionado a unos científicos para definir las unidades de medida del espacio, la nueva Convención propuso la creación de un nuevo calendario adaptado al sistema métrico decimal. Con ese objetivo se creó una comisión, integrada por astrónomos y matemáticos -Laplace entre ellos- y presidida por el diputado Gilbert Romme, profesor de matemáticas. La comisión decidió volver a numerar los años, de tal manera que la nueva Era empezaría en el momento en que se instauró la I República francesa, el 22 de septiembre de 1792, que sería llamado Año I (¡otra vez el error de Dionisio el exiguo!), y el inicio de cada año correspondería al equinoccio de otoño. También se decidió sustituir el sistema cristiano de agrupar los días en semanas y meses cambiantes por otro que se ajustara al sistema decimal, así como cambiar los nombres tradicionales de meses y días.
Como el año tiene 365 días, al tratar de hacer divisiones coherentes con el sistema decimal, se llegaba a un callejón sin salida: o bien se optaba por 10 meses de 36 días o bien por 12 meses de 30 días, es decir, que si una de las divisiones se ajustaba al sistema decimal (10 meses o 30 días), la pareja correspondiente no lo hacía (36 días o 12 meses). Aun así, cualquiera que fuera la decisión, siempre sobrarían 5 días (y 6 los años bisiestos). La solución finalmente adoptada fue que el año constaría de 12 meses, todos de 30 días y agrupados en 3 décadas, con cinco (o seis) días especiales al final del año.
Del mismo modo que la medida del espacio venía legitimada por tener a la Tierra como referente, los nombres de los meses habrían de basarse en otro aspecto que consideraban común, los fenómenos climáticos, que ellos llamaban “la Naturaleza”. Así pues, la comisión presidida por Romme basó su propuesta en dos pilares: la Naturaleza como legitimidad y el sistema métrico decimal como efectividad. Y, de manera similar a como el emperador Carlomagno había intentado mil años atrás, los meses ya no llevarían los nombres de dioses y emperadores romanos, sino que registrarían el paso natural de las estaciones... en la región parisina.

Los nombres de los meses.
Para asignar los nuevos nombres a los meses se escogió al poeta Fabre d’Eglantine, autor del celebrado poema “Il pleut, il pleut bergère”.
Los criterios que adoptó fueron los siguientes:
Los tres meses de cada estación tendría la misma terminación:
 - El otoño acabaría en -ario, de sonido grave y medida mediana.
 - El invierno en -oso, de sonido pesado y medida larga.
 - La primavera en -al, alegre y breve.
 - El verano en -oro, sonoro y de medida larga.
El resultado fue un calendario en que los meses tenían los siguientes nombres:
1
Vendimiario
22 de septiembre
la vendimia
2
Brumario
22 de octubre
las nieblas
3
Frimario
21 de noviembre
las heladas
4
Nivoso
21 de diciembre
las nieves
5
Pluvioso
20 de enero
las lluvias (del latín pluviosus)
6
Ventoso
19 de febrero
los vientos
7
Germinal
21 de marzo
La germinación (del latín germinare)
8
Floreal
20 de abril
la floración (del latín floreus, en flor)
9
Pradial
20 de mayo
los prados
10
Mesidor
19 de junio
la siega de las mieses
11
Termidor
19 de julio
el calor (del griego therme, calor)
12
Fructidor
18 de agosto
los frutos
Finalmente, al 5 de octubre de 1793 le siguió el 14 de Vendimiario del año II.

calendario republicano francés
Calendario repúblicano

Los nombres de los días.
Una vez sustituida la semana por la décade se quiso dar a cada uno de los días el nombre de los grandes prohombres de la libertad; sin embargo, la proposición fue rechazada por dos motivos: sería difícil llegar a un consenso, y en caso de hacerlo se corría el peligro de transformarlos en semidioses. Al final, a cada día de la semana se le atribuyó un nombre numérico latín, en lugar de los tradicionales dedicados a los planetas, el Sol y la Luna.
A los cinco días que quedaban fuera de los meses se les asignaron los siguientes nombres, de carácter edificante: les vertus, le génie, le travail, la opinion y les récompenses; si el año era bisiesto, el nuevo día era llamado Sans-culottide y, como los anteriores, se dedicaba al descanso y a los deportes.
Pero, fueran los que fueran los nombres de los días, el hecho es que sólo había una jornada de descanso cada diez días, es decir, una menos por mes, lo que no deja de ser sorprendente, ya que un gobierno pretendidamente revolucionario y popular hacía trabajar más al pueblo.

La división de las horas.
Durante los años de la Convención no sólo se libraba una guerra de monárquicos contra republicanos, y de los ejércitos extranjeros contra los de la Convención; también se daba otro tipo de conflictos internos, como los protagonizados por los reformistas de la Gironda contra los radicales de la Montaigne, o por los partidarios del 10 y el 100 como formas de dividir el tiempo (con Laplace como adalid) y quienes querían mantener el 12 y del 60 (que tenían en Condorcet su campeón y máximo celador).
Los defensores a ultranza del sistema métrico decimal defendían que el día se había de dividir en 10 horas, cada hora en cien minutos y cada minuto en 100 segundos. Pero, claro, eso suponía que había de fundir todos los relojes, sustituir los carillones de cada torre y campanario... imposible.
Para llegar a un equilibrio entre los grupos enfrentados, se llegó al acuerdo que las semanas se harían de 10 días, décadas, pero que los días continuarían teniendo la antigua división en 2*12 horas, y las horas sesenta minutos.
Todo este sistema de contabilizar el tiempo duró hasta 1804, en que Napoleón, el nuevo emperador, decretó su abolición y la vuelta al calendario gregoriano.