martes, 23 de septiembre de 2014

Literatura sobre Roma

Sobre la historia de la antigua Roma se ha escrito mucho y se ha estudiado mucho. Y también se ha hecho literatura. Sobre esta última voy a hacer un pequeño listado de novelas que se pueden leer para seguir de una manera distinta la historia de la Roma clásica.

Sobre la I Guerra Púnica, está la saga de John Stack, Dueños del Mar, con las novelas Galera de Roma (2010) y Capitán de Roma (2011) de la editorial Edhasa.
Sobre la II Guerra Púnica encontramos la trilogía de Santiago Posteguillo, Africanus: el hijo del cónsul (2006), Las legiones malditas (2008) y La traición de Roma, 2009 de Ediciones B.
Del período que va del 110 al 27 a. C., es decir, todo el final de la República, desde la subida al poder de Cayo Mario a la de Octavio Augusto destaca la serie de 7 libros de Colleen McCullough formado por El Primer Hombre de Roma (1990), La corona de hierba (1991), Favoritos de la fortuna (1993), Las mujeres de César (1996), César (1998), El caballo del César (2003) y Antonio y Cleopatra (2008).
A parte de esta serie, también hay otros libros que tratan este período del final de la República como el libro de Howard Fast, Espartaco (1951), y toda una serie de novelas sobre Cesar de distintos autores como Thornton Wilder que escribió Los idus de marzo (1948). Editorial Edhasa (2005). O el Julio Cesar, de Shakespeare. También de esa época hay una serie de novelas de detectives, Gordiano el Sabueso, de Steven Saylor.
De época propiamente augustea, destaca Augustus (el hijo de Cesar) (1973) de John Williams
De Augusto a Claudio una novela famosa de la que se haría una serie no menos famosa, Yo, Claudio (1934), de Robert Graves, Editorial Edhasa (2008).
Sobre Nerón está ¿Quo vadis? (1896) de Henryk Sienkiewic, Editorial Belacqua (2008).

Quo Vadis, edición  inglesa de 1897
 
De época de Vespasiano, existe una saga de novelas basadas en otro investigador, Marco Didio Falco del escritor Lindsey Davis, publicadas por Edhasa.
 
De época de Trajano, aunque también se ve la época de Domiciano, e indirectamente llega hasta Nerón, está la trilogía de Santiago Posteguillo, Los asesinos del Emperador (2011), Circo Máximo (2013) y La ira de Trajano (en fase de redacción), Editorial Planeta.
 
Del gobierno de Adriano, está la también famosa Memorias de Adriano (1951) de Marguerite Yourcernar, Edhasa (2009).
 
De Marco Aurelio está La Primera muerte de Marco Aurelio (2001), de Gisbert Haefs.
Sobre Constantino está Invictus, Constantino, el emperador guerrero (2013), Simone Sarasso, Editoral Planeta.
 
Está la novela sobre el emperador Juliano, está la novela Juliano el Apóstata (1996), de Gore Vidal Editorial Edhasa (1996).
 
Sobre el final del Imperio está Atila, el azote de Dios (2005) de William Dietrich, de Ediciones B y La última legión (2003) de Valerio M. Manfredi, editorial Grijalbo.


Y hasta aquí este brevísimo repaso a novelas históricas sobre la Roma antigua. Sé que me he dejado muchísimas novelas por poner, pero simplemente quería poner una especie de listado para que en cuanto se dejara un libro y se tomara el siguiente, pareciese una continuación histórica, sin grandes saltos. Es decir, si alguien quiere seguir la historia de Roma, cuando acaba un libro y empieza el siguiente que no parezca que se ha perdido mucha historia entre medias.

martes, 9 de septiembre de 2014

La ruta del Cister

A mediados del siglo XII finalizó la reconquista de los últimos reductos musulmanes en el noreste de la península. Con el apoyo de la Corona de Aragón, la Orden del Cister inicia su expansión por estas nuevas tierras cristianas. En las comarcas de la Conca de Barberá, Alt Camp y Urgell, están los tres monasterios cistercienses más importantes de Cataluña: Santes Creus, Vallbona de les Monjes y Poblet.

Monasterio de Santes Creus
Situado en la Comarca del Alt Camp, a orillas del río Gaia, fue fundado en el año 1158, aunque su construcción se extendió hasta el siglo XVIII. En sus edificios se hayan representados los estilos arquitectónicos de las diferentes épocas, desde el románico hasta el barroco. Es el único monasterio de la ruta deshabitado. La vida monacal desapareció definitivamente con la Desamortización de 1835.
Está protegido por dos recintos amurallados. En el primero destacan la Puerta de L’Assumpta, barroca, y la iglesia de Santa Llucia construida sobre un primitivo templo románico. En el segundo recinto destaca la plaza dedicada a Sant Bernat Calvó, abad en el siglo XIII, el Palacio del Abad, siglo XVI, construido sobre un antiguo hospital y sede actual del Ayuntamiento. La iglesia conserva una puerta románica, dos ventanas laterales con arcos de medio punto y un gran ventanal gótico. Su interior alberga varios sepulcros monumentales que guardan los restos de Pere el Gran, Jaime II y su mujer Blanca de Anjou.
En la plaza se encuentra también la Puerta Real que comunica con el claustro de gótico flamígero, con capiteles profusamente tallados.

Monasterio de Vallbona de les Monjes
Situado en la comarca de Urgell, en un valle próximo a la sierra del Tallat, es el monasterio más pequeño de la ruta. Fundado a mediados del siglo XII, ha sufrido numerosas reformas a lo largo de la historia. Ha permanecido habitado por una comunidad de monjas durante ocho siglos, con la única interrupción del periodo de guerra civil. El conjunto fue muy alterado durante el siglo XVI, cuando nuevas normas dictadas por el concilio de Trento exigieron a los monasterios femeninos estar situados en lugares habitados.
Claustro. El claustro, siglos XII al XV, es de planta trapezoidal. A su alrededor se sitúan las dependencias antiguas: refectorio, biblioteca, cocina etc. En sus alas se alternan los estilos románico y gótico. En el ala norte está la sala capitular, siglo XIV, de estilo gótico flamígero. Su interior alberga sepulcros abaciales y una imagen de la Virgen de la Misericordia atribuida a Pere Joan. En la capilla de la Virgen del Claustro se encuentra una imagen románica, la Mare de Dèu del Claustre, restaurada en el siglo XV.
Iglesia. Construida durante los siglos XIII y XIV en estilo de transición del románico al gótico. Tiene portada románica, bóveda de crucería y un cimborio campanario de planta octogonal del siglo XV. En el interior está la capilla del Corpus Christi y el grupo escultórico del Santo Entierro, siglo XV. En el presbiterio se encuentran los sepulcros de la reina Violant de Hungría, esposa de Jaime I y de su hija Sancha de Aragón. Por el Portal dels Morts, cegado por una tumba, se accedía al coro, presidido por una imagen de Santa María en piedra policromada.
Librería. La librería contiene valiosos códices medievales y antiguos documentos.

Puerta Real, entre dos torres, y puerta barroca de acceso a la iglesia

Monasterio de Poblet
El Monasterio de Santa María de Poblet está situado en la comarca de la Conca de Barberà, entre los pueblos de Vimbodi y L’Espluga de Francolí, cerca de Montblanc, al pie de la sierra de Prades. Fundado en el año 1153 por Ramon Berenguer IV, conde de Barcelona, quedó deshabitado en 1835 durante la Desamortización. La restauración de la vida monástica se inició en 1940. Es el monasterio más grande de la ruta y es el mayor cenobio habitado de Europa. Fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1992.
El conjunto monumental esta constituido por tres recintos parcialmente amurallados:
La Puerta de Prades permite el acceso al primer recinto, donde está situada la capilla gótica de Sant Jordi del siglo XV.
La Puerta Dorada, siglo XV, da acceso al segundo recinto. A la izquierda queda la capilla de Santa Caterina, siglo XIII, y una gran cruz monumental gótica. A la derecha queda el Palacio del Abad (1591-1776).
La Puerta Real da acceso al tercer recinto, protegido por unas imponentes murallas construidas por Pedro III el Ceremonioso en el año 1366. La puerta está flanqueada por dos grandes torres poligonales. En la muralla está situada la puerta barroca de la iglesia, siglo XVIII. La Iglesia, siglos XII y XIII, alberga un retablo de alabastro renacentista, obra de Damià Forment, y los sepulcros de algunos reyes de la Corona de Aragón.
El Claustro, siglos XII y XIII, es un ejemplo de transición del románico al gótico.

El inacabado Palacio del Rey Martín, gótico flamígero, alberga el Museo del Real Monasterio de Poblet, con piezas románicas y góticas.

jueves, 4 de septiembre de 2014

¿Existieron mujeres piratas?

En 1994, los piratas filipinos asaltaron una embarcación en el mar de China y entre ellos había una mujer. En 2006, se indicó la presencia de dos o tres féminas armadas en un barco pirata malayo. Ambos hechos fueron considerados sorprendentes y únicos. Pero la realidad es bien distinta. A pesar de que las mujeres escasean en ciertos ámbitos, la Historia nos habla de importantes científicas, astronautas, políticas, historiadoras, guerreras, gladiadoras, guerrilleras, bastantes literatas, pintoras, médicas, espías y no pocas actrices, modelos… Un listado en el que, evidentemente, también se cuelan personajes femeninos del otro lado de la ley, como gángsters, bandoleras, mafiosas y, claro está, piratas.
Siempre ha habido mujeres embarcadas como pescadoras, comerciantes, asalariadas de la Marina... pero también hubo quienes formaron parte de tripulaciones piratas o de la población de los puertos y refugios de corsarios y filibusteros. Aunque la geografía de la piratería, masculina o femenina, es universal, no se sabe mucho de las bandidas del África occidental, de las del subcontinente indio o de Oceanía, y ha habido muy pocas en el mundo árabe. Sabemos más, en cambio, de las de China y del sudeste asiático. Y, por supuesto, las ha habido en la América colonial y, sobre todo, en Europa.
La extracción social de la piratería femenina, de las piratas propiamente dichas y de las demás mujeres de ese entorno, es también variada. Muchas de ellas eran proletarias, campesinas expropiadas, delincuentes comunes, prostitutas, sirvientas y, cómo no, ex cautivas y ex esclavas. Algunas fueron simples aventureras, sin causa aparente para lanzarse a la piratería. Las hubo asimismo nacionalistas, contrarias a la dominación extranjera de su país, perseguidas, exiliadas, renegadas y herejes. Otras, tenían un origen burgués, por ser hijas de comerciantes, abogados o funcionarios. Sin olvidar las que provenían de la nobleza, venidas a menos o no, e incluso se sabe de princesas y reinas que acabaron ejerciendo tan aventurado oficio. En definitiva, ha habido mujeres piratas en todas las épocas y de todos los estamentos sociales.

Artemisa, reina y corsaria
En la Antigüedad, el Mediterráneo y el mar del Norte fueron escenarios clásicos de la actividad corsaria. Muchas sociedades, con sus reyes y reinas, vivían de la agricultura, del comercio y..., de la piratería. En el siglo V a. C., Herodoto hace referencia a la reina y corsaria Artemisa I de Halicarnaso, que se alió con Jerjes II en Salamina para luchar contra los griegos. De ella diría el rey persa que era la mejor de sus capitanes. Al mando de las galeras de su reino, Caria (Asia Menor), Artemisa usaría estandartes griegos o persas en función de sus intereses. Un siglo después, Artemisa II de Halicarnaso, además de ordenar la construcción del famoso Mausoleo, que figuró entre las Siete Maravillas de la Antigüedad, sería conocida por emplear las tácticas más rudimentarias de la piratería para luchar contra sus enemigos. No menos célebres fueron los piratas ilirios, pueblo indoeuropeo que se estableció, sobre todo, en la costa oriental del Adriático, cuya economía se basaba en gran parte en la actividad pirática. Uno de sus más famosos miembros fue una mujer, la reina Teuta, del siglo III a. C., viuda del rey Agrón de los ardiaei -etnia iliria-. Su reino se extendía desde la actual Split, en la costa dálmata, al Epiro, en el extremo noroccidental de Grecia. Teuta organizó excelentemente sus recursos corsarios contra otros piratas ilirios y contra las costas griegas -conquistó la isla de Corfú- e itálicas, hasta que en 229 a. C. los romanos pusieron fin a sus andanzas.

Edad Media
En la Edad Media, a partir del siglo VI y tras las invasiones eslavas, hubo mujeres entre los piratas croatas, dálmatas y vénetos del Adriático. Y en el mundo vikingo también: la sueca Sigrid del siglo X, las noruegas Rusla y Aasa, del IX, y la islandesa Freydis, hija del vikingo Erik el Rojo, en el siglo XI. Se conocen también algunas frisonas, danesas y germanas, como Foelke, que vivió en el XIV, y algunas francesas, a caballo entre la milicia y el corso, entre las que destacan Jeanne de Montfort, hija de un conde francés, y Jeanne Clisson.

Piratería femenina en la Edad Moderna
Llegados a la Edad Moderna, el Mediterráneo era un mar de piratas. Se sabe de una berebere, Sidá al-Hurra, que fue sultana durante el siglo XVI. Incluso la literatura se hace eco de ellas. Así, Cervantes cuenta historias, quizá ficticias o basadas en realidades difusas, de piratas -o similares- españolas, moriscas, e italianas, algunas de ellas ex cautivas, en el norte de África.
Más al Norte, entre el siglo XVI y el XVII, una peculiar familia pirata córnica fue la de los Killigrew, en la que hay varias mujeres. Inglesa era Juana la Negra e irlandesa Grace O’Malley. Ésta última, cuyo verdadero nombre en gaélico era Grainne Ni Mhaille, pertenecía a una saga de la pequeña nobleza que se remontaba al siglo XII y era antiinglesa, pues su familia no había rendido vasallaje a Enrique VIII de Inglaterra. Nacida hacia 1530, hablaba habitualmente gaélico y muy mal el inglés. Oficialmente cristiana, conservaba la religión druídica, por cuyos ritos se casó la segunda vez. Participaba en las luchas de clanes y familias irlandesas y era una experta marinera. Entre 1550 y 1600 fue una verdadera pirata brutal y sin escrúpulos, incluso con sus propios hijos. Poseía una gran flota con la que atacaba poblaciones costeras inglesas e irlandesas y asaltaba barcos, incluso turcos y españoles.
Isabel I de Inglaterra ofreció 500 libras por su cabeza, fue dos veces capturada y dos excarcelada. En los últimos años pidió y obtuvo la gracia de la Reina, con la que llegó a un acuerdo, en 1593, por el que ésta aceptaba sus reclamaciones de tierras y le concedía el perdón convirtiéndola en su aliada. Su castillo todavía puede verse en la isla de Clare. Murió, se dice, reincidente, en el asalto a un barco.

Bonny y Read
Entre los siglos XVI y XVIII las aguas americanas fueron el paraíso del bandidaje marino. Y también un nido de piratas euro-americanas: mujeres en su mayoría europeas, deportadas o emigradas a América. Algunas habían sido capturadas junto a tripulaciones piratas o en puertos piratas. Judith-Armande Préjoly, nacida en el siglo XVII, sería una de ellas. De existencia dudosa, se cuenta que fue ahijada de Richelieu y hereje, lo mismo que Marie-Anne Dieu-le-Veut. Mencionaremos también a la renegada anglo-francesa Charlotte de Berry y a la marquesa de Fresne, ambas del XVII. Otras dos mujeres piratas de fama fueron la irlandesa Anne Bonny y la anglo-irlandesa Mary Read. Éstas han sido las más celebradas en narraciones y películas. Defoe se inventó unas biografías del gusto del siglo XVII, en las que la verdad salía bastante malparada. Anne Bonny era hija natural de un abogado irlandés, que la llevó a Carolina del Sur, EE.UU. La chica, fuerte y brutal, mató a una sirvienta de una cuchillada. Se la relaciona con algunos hombres, pero sobre todo con el pirata Rackham, apodado Calico Jack.

¿Existieron mujeres piratas
Anne Bonny
Por su parte, Mary Read, quien quizá fuera hija de una prostituta, se manifestó siempre como un varón y desde pequeña le gustaba vestir como tal. Se alistó en el ejército inglés y luego en una unidad holandesa, sin revelar su sexo. En algún momento se unió a la tripulación del barco de Rackham, donde conoció a Anne y acabaron siendo amigas y amantes. En el barco llevaban ropas de hombre, juraban y blasfemaban, y en los combates se portaban más bravamente que muchos de ellos.
Capturadas junto a Rackham, fueron juzgadas en la Jamaica británica y condenadas, en 1720, por “participar en bandas piratas y en combates”. Curiosamente, las mujeres que ejercían la piratería no solían ser ahorcadas, excepto si habían participado en combates y, aun así, solían salvarse si se decían embarazadas. Es lo que ocurrió con Anne y Mary, que gracias a su embarazo sólo fueron encarceladas. También en el siglo XVIII se hicieron famosas Mary Lindsey, para algunos puta y criminal, Mary Harvey, Rachel Wall, que fue más bien una raquera, y la irlandesa Margaret Jordan, ambas condenadas a muerte en 1789 y 1809, respectivamente.

Filibusteras
En el siglo XIX, la piratería se extinguió en Europa, pero continuó una forma de filibusterismo en Latinoamérica. En éste oficio se mezclaban hombres y mujeres, simples bandidos, negreros, mercenarios, inmigrados y exilados, muchos al servicio de latifundistas, de potentados locales e incluso de repúblicas de reciente cuño. Algunos autores meten en este saco a Anita, la mujer del italiano Giuseppe Garibaldi, mercenario patriota y parece ser que también pirata durante un tiempo, que vivió en los años 40 del siglo XIX. En la lista aparece María Cruz, negrera lisboeta de la primera mitad del mismo siglo, y Vanda, la extraña compañera rusa de un curioso ex cura y semipirata, tal vez colombiano de origen español, Domingo Muñoz. En sus aventuras se mezcla la piratería con las religiones africanas de los esclavos huidos que habían formado comunidades cimarronas independientes.
La piratería ha sido una plaga en el mar del Japón, lo sigue siendo en el de la China meridional y en los archipiélagos de Indonesia y, como en Europa, se mezcla con la economía y la política. Muy activos fueron los piratas japoneses y también los vietnamitas, entre los que, se dice, había algunas féminas.
Los viajeros europeos hablan de mujeres chinas, en distintas épocas, que se dedicaban a la piratería y que participaban en combates junto a los hombres, y cuentan que hubo más de una. La más famosa fue Ching Shih (1785-1844). Esta violenta, inteligente y manipuladora pirata cantonesa, que al parecer había sido prostituta, fue mujer de un famoso corsario, Zheng Yi. A su muerte, amplió y mandó su gran flota pirata reuniendo unos 1.800 barcos entre juncos artillados y otras embarcaciones, con más de 70.000 personas bajo sus órdenes, casi un pequeño estado. Activa entre 1807 y 1810, atacaba a las poblaciones de la costa de China meridional en torno a Cantón y asaltaba barcos de cualquier bandera, enfrentándose y derrotando en ocasiones a la flota imperial china.

Prohibía el maltrato y la violación de las mujeres, por lo que fue considerada, abusivamente, feminista ante litteram. Pero hacia 1810, su gigantesco emporio, muy difícil de gobernar, entró en crisis. Algunos de sus jefes se amotinaron y se rindieron al gobierno central, sobre todo cuando el emperador ofreció el perdón, del que acabó gozando también Ching Shih.