Nada está a salvo. Los maestros del
engaño crean desde pinturas rupestres hasta pirámides mayas... Todo falso, pero
capaz de embaucar a los expertos. Ya sea por dinero o por llamar la atención,
los fraudes arrojan una sombra de duda sobre esta disciplina en la que no es
oro todo lo que reluce.
Tarde o temprano, los montajes
arqueológicos salen a la luz
El montaje en arqueología no es, ni mucho
menos, una moda nueva. Las ansias de notoriedad, las aspiraciones económicas o
un perverso sentido del humor explican algunos de los casos más rocambolescos
de este particular tipo de fraude, que José M. Bello, director del Museo
Arqueológico e Histórico de La Coruña, engloba dentro de una disciplina a la
que denomina Arqueología Patológica.
En 1912, un paleontólogo aficionado
llamado Charles Dawson protagonizó una de las mayores tomaduras de pelo de esta
rama de la ciencia. Ante sus atónitos colegas dijo haber hallado cerca de la
localidad de Piltdown (Inglaterra) varios fragmentos de un más que curioso
cráneo. Arthur Smith Woodward, uno de los expertos del Departamento de Geología
del Museo Británico se desplazó hasta Piltdown, donde junto a Dawson halló una
enigmática mandíbula. La reconstrucción no se hizo esperar. Woodward presentó
el cráneo de una criatura que, aunque debía haber vivido hacía más de 500.000
años, estaba indudablemente emparentada con el género humano. La configuración
de la calavera era tan sorprendente que se empezó a hablar del hallazgo del
eslabón perdido y el Hombre de Piltdown, como fue denominado, se convirtió en
una celebridad.
Hasta 1953, pocos dudaron de la
autenticidad del espécimen. Pero entonces, un equipo de investigadores del
Museo Británico dirigido por Kenneth Oakley, Wilfred Le Gros Clark y Joseph
Weiner, anunciaron que se trataba de una falsificación. No sólo establecieron
la edad del cráneo en 50.000 años, sino que descubrieron que la mandíbula era
reciente y en absoluto humana. En realidad, pertenecía a un simio.
El hombre de Piltdown, ha sido uno de los mayores fraudes en arqueología |
Aún hoy no se sabe quién ejecutó tan
sutil fraude. Las sospechas recaen tanto en el propio Dawson, al que
sorprendieron falseando restos arqueológicos, como en el escritor Arthur Conan
Doyle, creador de Sherlock Holmes, que estuvo en contacto con la calavera. Un
estudio de la revista Nature publicado en 1996 se decanta por el conservador
del Museo de Historia Natural Martin A. V. Hinton, quien consideraba a Smith
Woodward un pomposo y deseaba ridiculizarle.
No se trata del único caso de fraude que
consigue despistar a los expertos durante lustros. Recientemente, un equipo de
investigadores británicos ha confirmado que el fantástico mapa de Vinlandia, un
documento del siglo XV que parecía probar que los vikingos habían llegado a
América antes que Colón, es precisamente eso, una fantasía.
En realidad, el mapa, que constituyó toda
una sensación cuando fue publicado en 1965, está realizado en parte con una
tinta que no tiene más de 70 años de antigüedad. Eso sí, la falsificación es
soberbia. El pergamino es auténtico e incluso las partes que no pertenecen a
América (Vinlandia) fueron dibujadas hacia 1434. Hoy, la Universidad de Yale,
poseedora del mapa, ha perdido uno de sus tesoros.
Por alguna misteriosa razón, los vikingos
están rodeados por un buen número de falsos mitos. Ni lucían cuernos en sus
cascos, ni una roca que supuestamente grabaron y que fue hallada no hace mucho
en Kensington (EE.UU.) es real. Dos investigadores de Minnesota han admitido
que hicieron las inscripciones hace años para divertirse. Aún peor, no pocos
expertos sospechan que otra piedra rúnica hallada en este mismo lugar hace más
de un siglo por un granjero de origen sueco es igualmente un fraude.
A vueltas con las reliquias
Un aspecto fundamental de la religiosidad
popular ha sido la veneración de las reliquias de los santos, ya que sus
restos, así como los objetos que usaban, tenían para los fieles, virtudes
milagrosas. Su posesión, especialmente las relacionadas con Cristo, desató en
Occidente una verdadera fiebre y fue motivo de todo tipo de engaños. De hecho,
se han contado más de 40 sudarios, 35 clavos de la pasión, al menos tres santos
prepucios y varios cordones umbilicales del niño Jesús. Aún más. Cualquier personaje
celestial podía ser fuente de sus propias reliquias, como San Juan Bautista,
del que de momento se han contabilizado más de 60 dedos.
Cuando los cruzados saquearon
Constantinopla en 1204 se produjo un enorme aumento en el número de supuestos
restos sagrados. Además, se sabe de la existencia de talleres especializados en
la fabricación de semejantes fraudes. Cualquier método era válido para
conseguir reliquias. Así, a pesar de los siglos transcurridos, San Luis de
Francia consiguió en Tierra Santa nada menos que la corona de espinas. Otros,
menos afortunados, “sólo” hallaron algunas plumas del arcángel Gabriel o,
incluso, el suspiro de San José, del que hoy se enorgullece una iglesia de
Blois. Los más cabales, como Guiberto de Nogent, ya denunciaba en su De
pignoribus sanctorum, escrito a principios del siglo XII, el tráfico de
falsas reliquias. El IV Concilio de Letrán, incluso, reguló el procedimiento de
autentificación de los restos sagrados.
La Sábana Santa de Turín es quizá el más
conocido de estos objetos. En 1988, un equipo de científicos logró una
autorización eclesiástica para estudiarla. Tres laboratorios, en Tucson, Oxford
y Zurich, dataron la reliquia en el siglo XIV empleando Carbono 14, con lo que
se demostraba su falsedad. Surgieron entonces todo tipo de iniciativas que
trataron de tirar por tierra los resultados. Entre ellas, la más conocida fue
la de Dimitri Kouznetsov. Éste proponía que el calor de un incendio en 1532,
junto con el efecto catalizador de la plata de la caja en la que se guardada la
sábana, había producido un aumento en el C14 de las fibras. Kouznetsov
reprodujo tales condiciones sobre un trozo de tela del siglo I. El C14
reflejaba que era al menos 1300 años posterior, lo que ponía en evidencia los
primeros análisis. Según indica José Ma. Bello, “todo habría estado muy bien,
si no fuese porque el experimento de Kouznetsov resultó ser un fraude”. Un
engaño que, convenientemente publicitado, sigue expandiéndose pese a que
numerosos investigadores han denunciado su falsedad.
¡Gane una fortuna exhibiendo su propio
gigante petrificado!
El engaño cobra dimensiones grotescas
cuando lo que se persigue es un objetivo económico. En 1869, la noticia de que
en una granja cercana a la aldea de Cardiff, en Nueva York, había sido
desenterrada una colosal estatua de 3 metros de altura y más de una tonelada de
peso conmocionó toda la región. Pero cuando los estudiosos certificaron que no
podía tratarse de ninguna manera de una estatua, empezó a correrse el rumor de
que en realidad se trataba de un gigante petrificado. No sólo eso, parecía que
su antigüedad era prodigiosa. Nacía así la leyenda del Gigante de Cardiff.
A pesar de la desconfianza de algunos
expertos, otros argumentaron que el granjero que lo había descubierto no tenía
conocimientos para realizar semejante talla y tomaron por buenas las palabras
de la familia, que juraron no saber nada del tema ni haber escuchado ningún
ruido sospechoso.
Efectivamente, poco podían haber oído, ya
que el gigante, que en realidad había sido tallado en un bloque de yeso muy
lejos de allí e incluso había sufrido un accidente mientras era trasladado
hasta Cardiff, fue enterrado cuando la familia del granjero se encontraba
disfrutando de una excursión.
Aunque el engaño fue descubierto al
encontrarse en el gigante huellas recientes de herramientas para cincelar, el
coloso de Cardiff generó una fortuna a sus descubridores, que cobraban por
verlo. Antes de que todo estuviera perdido, Barnum, un organizador de
espectáculos, trató infructuosamente de hacerse con él. Así que, en el colmo de
lo ridículo, no dudó en copiarlo y presentar la copia como si fuera el original.
Cuando la arqueología se pone al
servicio de intereses políticos
Peor aún es cuando se recurre
directamente a la alteración del patrimonio. La arqueología mexicana recibió el
año pasado un duro golpe cuando en el Diario de Monterrey un artículo revelaba
que según el arqueólogo Eduardo Matos, encargado de las excavaciones en
Teotihuacan, la magnífica Pirámide del Sol “fue transformada de tal forma que
su fisonomía actual no corresponde ni remotamente a la realidad”. Matos señala
que los arqueólogos llegaron incluso a colocar escaleras donde no las había.
Parece ser que la pirámide fue deformada durante los trabajos realizados entre
1905 y 1910, cuando se destruyeron 7 metros de los vestigios de la edificación,
y que la ciudadela de esta zona arqueológica es un “invento arquitectónico” al
igual que el remate del templo de Quetzal Papalotl: un tablero que ni siquiera
se ajusta a la arquitectura de esta cultura.
Algunos investigadores denuncian que
ciertos arqueólogos han llegado a inventar incluso complejos arqueológicos para
complacer a quienes aportan los fondos, como ocurrió en Cholula, Puebla. El presidente
Díaz Ordaz mandó explorar el lugar esperando encontrar una pirámide, pero tan
sólo aparecieron algunos cacharros de barro. Como no estaban dispuestos a
presentar restos de tan escaso valor, los arqueólogos llegaron a construir toda
la pirámide de Cholula, que aunque resultó ser de muy buen gusto, no se
adaptaba a las características arquitectónicas mesoamericanas.
Aproximadamente al mismo tiempo que la
opinión pública conocía los engaños arqueológicos en México, otro escándalo se
apoderaba del Museo del Oro de Perú, una institución que atesora una fabulosa
colección de piezas precolombinas en este metal. Se llegó a comentar, incluso,
que de 4.349 objetos analizados, 4.237 podrían ser falsos. Inmediatamente se
inició un proceso de depuración de los fondos que reveló la existencia de
numerosas piezas falsas adquiridas por error en la última década. La crisis
sirvió, sin embargo, para que una vez solventada esta situación, el museo se
consolidara como un importante centro de conocimiento de las culturas
indígenas.
Y es que los investigadores son los
primeros que quieren poner en evidencia la existencia de estos engaños. En la
biblioteca Hodges de la Universidad de Tennessee puede contemplarse
precisamente uno de los monumentos a los timos arqueológicos: la recreación del
enterramiento de un centauro. En principio se trataba de analizar la figura de
estas criaturas míticas, pero también de presentar cómo se podía elaborar un
fraude. La realista reconstrucción del centauro, acompañada de una muestra de
arte helenístico referido a estos seres, dota a la exposición de una enorme
credibilidad. De hecho, el visitante sólo tiene una pista, además de su
perspicacia, para dudar de ella, y es su título: “¿crees en centauros?”. El
engaño es tan perfecto que un estudiante de arte, tras negarlo a su profesor,
visitó la exposición y afirmo dubitativo: “No estoy seguro... pero, desde
luego, esto parece auténtico”. Quizá el estudiante había olvidado que el
escepticismo es fundamental en la investigación.
En España
A este lado del Atlántico, el lucro
tampoco es ajeno a nuestros compatriotas. El profesor Bello recuerda cómo al
analizar unas magníficas pinturas halladas en Zubialde, en el País Vasco, y
tomadas por prehistóricas, se encontraron en ellas fragmentos de estropajo. El
descubridor fue obligado a devolver el sustancioso premio que le había otorgado
la Diputación Provincial.
Algo igualmente fraudulento, pero menos
enojoso económicamente, tuvo lugar en 1982, cuando se dieron a conocer las
pinturas rupestres de Peña Rubia, localizadas en tres cuevas de Cehegín
(Murcia). Lo insólito es que a los pocos días de hacerse pública la noticia, un
pintor local anunció a los medios de comunicación que él era el verdadero autor
de las representaciones. Para su sorpresa, cuando los investigadores analizaron
la pintura descubrieron que si bien era cierto que algunas imágenes databan de
mediados de los años 60 -lo que confirmaba la versión del artista- existían
otras, auténticas, en el interior de las cuevas.
Y es que a veces, en lugar de un engaño
se produce un error. Otra cosa es que alguien se beneficie de una u otra forma
del mismo. La Piedra Zanata, hallada en las cañadas del Teide, en Tenerife, y
escrita en berebere, alentó en su momento a los defensores del origen africano
de la población y a un cierto sector político isleño. Efectivamente, se trataba
de berebere, pero procedente del sur de la Península Ibérica, no de África, lo
que arruinó los argumentos de los primeros.
Stonehenge
La incorrecta manipulación de los restos
con determinados fines también causa estragos. El despiste de este tipo de
mayores proporciones ha podido darse con el monumento prehistórico más famoso
del Reino Unido: Stonehenge. Más de un millón de visitantes acuden cada año a
la llanura de Salisbury a contemplar este magnífico cromlech. Lo que pocos
saben es que en realidad, prácticamente todas las piedras han sido vueltas a
erigir por los restauradores que mejoraron el monumento entre 1901 y 1964.
Brian Edwards, un estudiante de la Universidad del Oeste de Inglaterra, en
Bristol, descubrió que, al igual que había ocurrido en otros restos megalíticos
en Avebury, el Stonehenge de hoy es en buena parte la recreación hecha por los
arqueólogos de lo que debió ser algún día.”
Fuente:
Muy Interesante.
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