Es sabido, que en
Grecia, Roma y Cartago la mujer desempeñaba un papel secundario, sin embargo
esto no parece haber sido la situación general, tenemos pruebas de que entre
los Etruscos, las mujer tenía un papel social más destacado y de ordinario no
estaba tan apantallada por su marido. Naturalmente esto no fue muy bien
entendido por observadores externos.
Por ejemplo, Teopompo de
Quíos s. IV a. C. (citado por Ateneo en el libro 43 de sus “Historiae”)
refiero lo siguiente: “Entre los tirrenos es costumbre arraigada que las
mujeres sean propiedad común. Estas prestan mucha atención al cuidado de su
cuerpo y hacen ejercicio desnudas. No comen con sus maridos, sino con quien se
encuentren por azar en ese momento y beben a la salud de quien quieren. Pues
son grandes bebedoras y muy bellas. Los tirrenos crían todos los niños que
vienen al mundo sin saber de qué padre procede cada uno. También estos [niños]
viven igual que quienes los crían... Cuando están en una reunión de amigos o en
familia y han dejado de beber y quieren acostarse, los criados, con las luces
todavía encendidas, les llevan unas veces hetairas, otras muchachos muy bellos,
otras incluso mujeres...”
Otros autores como
Posidonio, también dan una imagen sesgada, criticando el sibaritismo y el desenfrenado
estilo de vida de los etruscos, así como la costumbre de estar echado con las
mujeres bajo una misma “manta” durante las comidas. También parece que las
criadas andaban desnudas, al menos hasta que llegaban a la madurez. Relatos
como estos nada halagüeños, crearon el prejuicio que griegos y romanos tenían
sobre los etruscos.
Sin embargo, parece que estas opiniones de los
griegos son sin duda exageradas, para empezar si miramos las pinturas sepulcrales
de las tumbas etruscas en efecto vemos mujeres comiendo junto a los hombres, la
verdad es que podría tratarse perfectamente de un matrimonio (cosa algo incompresible
para un griego ya que ellos comían a parte de sus mujeres). En cuanto al
reproche de un amor excesivamente libre (eso de elegir pareja al azar...) no
parece muy sostenible, ya que las innumerables inscripciones sepulcrales,
muchas de ellas verdaderos árboles genealógicos, parecen obsesionadas con el
linaje y la procedencia familiar. La estructura interna de las tumbas etruscas
también incide en la obsesión por la organización familiar, con una diferencia
importante con respecto a Roma y Grecia: la mujer yace junto a su marido en pie
de igualdad, y tiene un asiento propio en el vestíbulo de la tumba, que venía a
ser una reproducción de la casa. Tal vez podríamos concluir que la mujer
etrusca -a diferencia de la romana- participaba en las recepciones y en las
conversaciones oficiales del señor de la casa. Por lo menos en su propia casa parece
que las mujeres etruscas mandaban tanto como su marido. Más pruebas el respeto
etrusco por la mujer: Al igual que todo varón etrusco la mujer poseía un praenomen
propio (Clelia, Ati, Larthia,...) y no era simplemente como entre los romanos
una “claudia”, una “fabia” o una “sabina”. Además como escribe el gran
novelista de ficción Tito Livio: a la mujer etrusca le gustaba salir de casa y
no la sonrojaban las miradas de los hombres a diferencia de la mojigatería que
exhiben los romanos republicanos. Incluso según Livio participaba activamente
en política, aunque quizá fuera más respecto a lo dicho antes sobre la
participación en charlas sobre política con sus maridos.
BIBLIOGRAFÍA
- M. Guttentag / P.
Secord (1983): Too many women? The sex ratio question, Sage: Beverly Hills, CA.
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