jueves, 21 de agosto de 2014

Hypatia de Alejandría, la primera mujer científica de la Historia

El nombre de Hypatia significa la más grande. La leyenda de Hypatia de Alejandría nos muestra a una joven, virgen y bella, matemática y filósofa, cuya muerte violenta marca un punto de inflexión entre la cultura del razonamiento griego y el oscurantismo del mundo medieval. Como ocurre con todas las biografías de los matemáticos (y matemáticas) de la antigüedad, se sabe muy poco de su vida, y de su obra se conoce sólo una pequeña parte.

Fue recordada como una gran maestra y admirada por la magnitud de sus conocimientos. Era considerada como “el mejor matemático vivo” del mundo greco-romano. En la época de la Ilustración, Toland y Voltaire, utilizaron su figura como expresión de la irracionalidad del fanatismo religioso, y en el Romanticismo la recrearon como la encarnación del espíritu de Platón y el cuerpo de Afrodita. Pero toda esta notoriedad ha hecho que se pierdan de vista sus logros intelectuales y su auténtica biografía.
Hypatia nació en Alejandría (Egipto), en el año 370 de nuestra era y murió en esa misma ciudad en el año 415. Fue una mujer científica, filósofa neoplatónica y maestra, que con su sabiduría y sus enseñanzas contribuyó en gran medida al desarrollo de las Matemáticas y la Astronomía.

Retrato imaginario de Hypatia, de Rafael.

Alejandría en el siglo IV
En el siglo IV Egipto era una provincia romana y continuaría siéndolo hasta la llegada de los árabes en el siglo VII. En el año 312, el emperador Constantino se había convertido al cristianismo. Al año siguiente, en el 313, fue firmado el Edicto de Milán por el cual se estableció la paz religiosa y la libertad de cultos. En el año 330, Constantino traslada la capital del imperio a Bizancio, que pasaría a llamarse Constantinopla. En los últimos años del siglo IV Roma se divide en dos partes: el Imperio de Occidente y el Imperio de Oriente. Egipto es incorporado al Imperio de Oriente y en estos años vive el ocaso de su Historia Antigua. El cristianismo también había llegado a Egipto. En la época que nos ocupa se suceden grandes controversias y disputas entre las distintas facciones de cristianos. Algunos autores reseñan cómo las peleas llegan a hacerse callejeras. La Iglesia cristiana defendía en estos momentos su independencia respecto al poder imperial y los emperadores del siglo IV se consideraban autócratas y muy por encima de la ley. En Alejandría vive y predica el obispo Teófilo (385-412), enemigo de Juan Crisóstomo que predicaba en la Iglesia de Antioquia (actualmente en Turquía). La rivalidad entre Alejandría y Constantinopla también era algo a tener en cuenta, ya que afectó grandemente a las iglesias del resto de la cristiandad. Finalmente la iglesia egipcia se separó de la iglesia de Oriente. Fue entonces cuando apareció la lengua copta, una mezcla entre el egipcio demótico y la influencia del griego.
En estas circunstancias históricas vino al mundo Hypatia de Alejandría, en un momento en que el estudio y la importancia de las ciencias y del saber estaban casi olvidados, y no sólo eso, sino perseguido por personajes como el obispo Teófilo y el obispo Cirilo.

Filosofía
En la llamada escuela de Alejandría, el neoplatonismo tiene sus últimos representantes en el círculo que Olimpiodoro fundó en Alejandría en el siglo IV, y que continúa con varios autores de no mucho relieve, entre otros: la filósofa Hypatia, Hierocles, Filipón (ca. 490-530) -comentador de Aristóteles convertido luego al cristianismo- y por último, ya en el siglo VII, otro comentador de Aristóteles, Esteban de Alejandría.

Una mujer en la ciencia
Hypatia nació en Alejandría a mediados del siglo IV, algunas referencias dicen que en el 370 y otras en el 355. Su padre Teón de Alejandría era un célebre matemático y astrónomo, muy querido y apreciado por sus contemporáneos, que seguramente trabajaba y daba clases en la Biblioteca del Serapeo. Teón fue un sabio que no se contentó con guardar los conocimientos de la ciencia para sí y sus discípulos sino que hizo partícipe de ellos a su propia hija, algo verdaderamente insólito en el siglo IV. Hypatia por su parte era una mujer abierta a todo el saber que su padre quisiera volcar sobre ella y así fue cómo se educó en un ambiente académico y culto. En efecto, Teón le transmitió su conocimiento sobre las matemáticas y la astronomía además de la pasión por la búsqueda de lo desconocido. Los historiadores han llegado a asegurar que incluso superó al padre, y que muchos de los escritos conservados que se suponen de Teón son en realidad de la hija.
Aprendió también sobre la historia de las diferentes religiones que se conocían en aquel entonces, sobre oratoria, sobre el pensamiento de los filósofos y sobre los principios de la enseñanza. Viajó a Atenas y a Roma siempre con el mismo afán de aprender y de enseñar.

La casa de Hypatia se convirtió en un lugar de enseñanza donde acudían estudiantes de todas partes del mundo conocido, atraídos por su fama. Uno de sus alumnos fue Sinesio de Cirene, obispo de Ptolemaida (en Fenicia), rico y con mucho poder. Este personaje dejó escrita mucha información sobre Hypatia, su maestra. Por medio de él pueden llegar a conocerse los libros que ella escribió para la enseñanza, aunque ninguno ha llegado a nuestros días. Otro alumno llamado Hesiquio el hebreo escribió unas obras que se conservan, en las que también hace una descripción sobre las actividades de Hypatia y asegura que los magistrados acudían a ella para consultarle sobre asuntos de la administración. Dice también que fue una persona muy influyente en el aspecto político. También se interesaba por la mecánica y ponía en práctica la tecnología. Se sabe que inventó un aparato para destilar el agua, un hidrómetro graduado para medir la densidad de los líquidos y un artefacto para medir el nivel del agua.

Pero Hypatia era pagana y le tocó vivir en tiempos duros para el paganismo. Su situación llegó a ser muy peligrosa en aquella ciudad que se iba haciendo cada vez más cristiana. Los filósofos neoplatónicos como Hypatia pronto se vieron perseguidos. Algunos se convirtieron al cristianismo, pero Hypatia no consintió en ello a pesar del miedo y de los consejos de sus amigos como el caso de Orestes, prefecto romano y alumno suyo, que no consiguió nada a pesar de sus ruegos. Hypatia resultó ser para sus enemigos, no una mujer científica sino una bruja peligrosa.

Muerte de Hypatia
En el año 412 el obispo Cirilo de Alejandría fue nombrado patriarca, un título de dignidad eclesiástica que sólo se usaba en Alejandría, Constantinopla y Jerusalén, que equivalía casi al del papa de Roma. Cirilo (elevado siglos más tarde a los altares) era un católico que no consentía ninguna clase de paganismo ni de herejía y que luchó toda su vida defendiendo la ortodoxia de la Iglesia católica y combatiendo el nestorianismo. Los historiadores creen que Cirilo fue el principal responsable de la muerte de Hypatia, aunque no exista documentación directa que lo acredite.

Se dice que Cirilo era enemigo de esta mujer, a la que temía y admiraba a la vez. Pero siguiendo la tónica general de la época, no le era posible comprender ni tampoco consentir que una mujer se dedicase a la ciencia y menos aún a esa clase de ciencia que difícilmente podían comprender las personas que no eran eruditas en el tema. Por lo tanto creó un clima y un ambiente de odio y fanatismo hacia ella, tachándola de hechicera y bruja pagana. En el mes de marzo del año 415, Hypatia fue asesinada de la manera más cruel por un grupo de monjes de la iglesia de San Cirilo de Jerusalén (no hay que confundir a los dos Cirilos: el de Jerusalén había muerto en el año 387). Los hechos están recogidos por un obispo de Egipto del siglo VII llamado Juan de Nikio. En sus escritos justifica la masacre que se hizo en aquel año contra los judíos de Alejandría y también la muerte de Hypatia. Cuenta cómo un grupo de cristianos impetuosos y violentos, seguidores de un lector llamado Pedro fueron en su busca, la golpearon, la desnudaron y la arrastraron por toda la ciudad hasta llegar a un templo llamado Cesáreo; allí continuaron con la tortura cortando su piel y su cuerpo con caracolas afiladas, hasta que murió; a continuación descuartizaron su cuerpo y lo llevaron a un lugar llamado Cinaron y allí finalmente lo quemaron. De esta manera creyeron dar muerte a lo que ellos llamaban idolatría y herejía.

Orestes, el prefecto romano amigo y alumno de Hypatia informó de los hechos y pidió a Roma una investigación. Pero por «falta de testigos», se fue retrasando, hasta que llegó un momento en que el propio Cirilo aseguró que Hypatia estaba viva y que habitaba en la ciudad de Atenas. Orestes tuvo que huir de Alejandría y abandonar su cargo. Con la muerte de Hypatia se terminó también la enseñanza del pensamiento de Platón no sólo en Alejandría sino en el resto del Imperio. El interés por las ciencias fue debilitándose y la Historia entró en el oscurantismo. Pudo sobrevivir en Bizancio y poco después empezó de nuevo a florecer en el mundo árabe musulmán

martes, 5 de agosto de 2014

El clima en la Historia

Aunque históricamente el clima no ha sido la única causa que ha provocado el declive o la desaparición de una determinada cultura, imperio o civilización antigua, siempre ha sido uno de los factores clave del asunto, sino el principal.
La cuna de nuestra civilización occidental surgió hace unos 5.000 años en Mesopotamia, y el clima fue decisivo tanto en el florecimiento de esas primeras ciudades y antiguas culturas, los datos paleoclimáticos parecen confirmar que entre los años 5.000 y 3.000 a. de C., y después de una nueva vuelta al frío y a las grandes sequías, el clima volvió a templarse y a ser más húmedo, caracterizándose por su benignidad, lo que habría permitido establecer asentamientos permanentes en esas tierras fértiles, a caballo entre los ríos Tigris y Éufrates. Allí se fundaron las primeras ciudades.
Paralelamente, en las riberas del río Nilo se unifica el reino de Egipto, ya que confluyen allí diferentes pueblos nómadas que se ven forzados a abandonar la parte oriental del Sahara. Esto fue así debido a que esa zona empezó a convertirse en un inhóspito desierto, tras unas prolongadas sequías (El Gran Árido), que algunos climatólogos han relacionado con episodios de El Niño. En aquella época, el resto del Sahara no era un desierto como en la actualidad. En el sur de Argelia y en las regiones centrales saharianas había zonas boscosas y abundaba el agua. Repartidos por el actual desierto, hay montones de yacimientos arqueológicos donde aparecen, por ejemplo, pinturas rupestres que muestran hipopótamos, lo que da fe del cambio de paisaje que ha experimentado la zona. Ya Herodoto, hace 7.000 años, dejó constancia en sus escritos de la degradación que estaba sufriendo el Sahara central. Parece claro, que la historia del Antiguo Egipto no puede entenderse del todo bien sin tener en cuenta el factor climático. El declive de la civilización egipcia coincidió en el tiempo con la expansión del Imperio romano, que pudo llevarse a cabo gracias en buena parte a las bondades del clima reinante.
A principios de la era cristiana, bajo el mandato del emperador Augusto, el clima que dominaba en el Mediterráneo era caluroso y más húmedo que el actual. En líneas generales, se puede afirmar que los romanos pasaban algo más de calor que nosotros ahora, lo que en parte queda justificado por la indumentaria que llevaban, con ropas bastante ligeras. Aparte de veranos secos y calurosos, los inviernos eran, en general, más suaves, y no sólo en la zona mediterránea, sino en buena parte de Europa. De hecho, el cultivo de la vid se había extendido por gran parte de Alemania e Inglaterra.
El llamado Período Cálido Romano tocó techo hacia el año 400 d. C., y ciertamente esa fecha marca el principio del fin del Imperio. Los inviernos se fueron volviendo cada vez más rigurosos, especialmente en el norte de Europa, lo que forzó a los pueblos bárbaros a desplazarse hacia el sur. Entre esto, las malas cosechas y la presión de los bárbaros, el Imperio romano llegó a su fin, dando paso a la Edad Media.
Las bajas temperaturas con las que arrancó este vasto periodo de la historia no perduraron durante todo él. Fue únicamente hasta el año 1000; es decir, durante la Alta Edad Media, cuando gran parte de Europa tiritaba de frío, aunque tampoco hay que pensar en un invierno permanente, sino en muchos años seguidos en que los inviernos fueron muy rigurosos, con frecuentes olas de frío, siendo el resto de las estaciones más secas que lluviosas. De todas formas, este período frío no tuvo en toda Europa la misma duración. Mientras que en Escandinavia el clima se fue suavizando hacia el año 700, en Centroeuropa la transición del frío al calor se postergó hasta los tiempos de Carlomagno; es decir, de mediados del siglo octavo a principios del noveno, mientras que en la península Ibérica no fue hasta principios del siglo xi cuando se recuperaron las temperaturas.
Hacia el ya citado año 700, en latitudes altas del hemisferio norte se inicia un período cálido bastante excepcional, que se prolongaría hasta el año 1200 aproximadamente y que en climatología recibe el nombre de Pequeño Óptimo Climático o Medieval. En la actualidad hay un gran debate científico sobre si en dicho período el calentamiento era de mayor o menor magnitud que el que nos está tocando vivir. El apogeo de esa fase cálida ocurrió entre los años 1100 y 1300. Las altas temperaturas vinieron, además, acompañadas de generosas precipitaciones siendo, aparte de caluroso, un período excepcionalmente húmedo. Todo esto tuvo una notable incidencia en la producción agrícola y ganadera.
En Europa, justo a mediados del siglo XIV, la sucesión de años frescos y húmedos, con muy poca insolación, diezmaron las cosechas de cereales y vid y favorecieron la rápida extensión de la Peste Negra. La transición del calor al frío se caracterizó por ser un periodo extraordinariamente húmedo, que fue dando paso a años cada vez más fríos, en lo que sería el inicio de la Pequeña Edad de Hielo (peh), que se prolongaría hasta mediados del siglo XIX.


El meteorólogo Inocencio Font Tullot, en su conocida «Historia del clima de España», comenta que en España el clima no empezó a cambiar de manera notable hasta bien entrado el siglo XVI, lo que no evitó la incidencia de la peste. En España podemos fijar el arranque de la peh hacia el año 1500.
Aunque la peh no es comparable, ni en duración ni en magnitud, a una glaciación, fue lo suficientemente importante como para influir decisivamente en el desarrollo de la civilización europea y de otras partes del mundo. La peh consistió, en líneas generales, en la sucesión de 150 años casi ininterrumpidos con inviernos largos y muy fríos y veranos cortos y frescos, aunque en dicho período el cambio climático no fue global, ya que algunos indicadores apuntan a que en el Hemisferio Sur de la Tierra apenas se notaron sus efectos. Tampoco podemos dar una única fecha de inicio y de final de dicho periodo, ya que hay importantes desfases temporales dependiendo de las regiones afectadas. No obstante, suele considerarse el período de 1550 a 1700 como el más frío, iniciándose el enfriamiento en algunos lugares a finales del siglo XIV, y prolongándose en otros hasta mediados del XIX, con importantes altibajos a lo largo de esos casi cinco siglos de historia. Entre 1565 y 1665 los paisajes invernales se convirtieron en un motivo muy recurrente entre los pintores europeos (Pieter Brueghel El Viejo es uno de los mejores ejemplos), lo que es una prueba clara del tipo de tiempo dominante en aquella época.
Dos fueron las causas principales que, presumiblemente, desencadenaron ese período tan frío de la historia. La actividad solar fue una de ellas. Concretamente, durante el periodo que va de 1645 a 1715, el sol tuvo un comportamiento muy anómalo, con apenas manchas en su superficie, en lo que se ha dado en llamar el Mínimo de Maunder. Dicho período coincidió con los años de temperaturas más bajas de toda la peh, lo que no parece una mera casualidad. Por otro lado, la actividad volcánica era bastante mayor que en la actualidad, emitiéndose a la estratosfera enormes cantidades de partículas procedentes de erupciones explosivas, como la del Tambora, en 1815, o la del volcán islandés Laki, en 1783, que le permitió a Benjamín Franklin (1706-1790) establecer por primera vez una relación entre los volcanes y el clima.
Los últimos coletazos de la peh coincidieron prácticamente en el tiempo con el establecimiento de una red mundial de observatorios meteorológicos, hacia 1850. A partir de esa fecha, los glaciares de los Alpes y de los Pirineos comenzaron a perder masa neta, aunque no ha sido hasta estas últimas décadas cuando el ritmo de fusión ha aumentado vertiginosamente.
El período que va desde 1850 hasta nuestros días, cubierto en su totalidad por registros de las variables climatológicas, si lo comparamos con otros de los períodos históricos que se ha ido comentando, podemos considerarlo un período cálido y benigno que, sin duda, ha contribuido al crecimiento económico y de población más importante acontecido a lo largo de toda la historia de la humanidad.
En todo ese tiempo -162 años-, el clima no se ha comportado de forma uniforme, sino que podemos distinguir tres grandes períodos. El primero de ellos sería el que va desde 1880 hasta la década de 1940, caracterizado por una recuperación continua, lenta y sostenida de las temperaturas. Dicha tendencia se quebró entre las décadas de 1950 y 1970, para iniciarse en los años 80 del siglo XX una nueva fase cálida, que es en la que nos encontramos en la actualidad, y que los científicos relacionan con el cambio climático.
Puede constatarse científicamente que desde mediados del siglo XX -coincidiendo con el final de ese período frío que a algunos climatólogos de la época les llevo a pensar en que nos dirigíamos hacia una nueva glaciación- ha aumentado la variabilidad climática. ¿Esto qué quiere decir?, pues que el clima se ha ido volviendo cada vez más extremo. Aunque los récords que más se baten últimamente son los de calor, de vez en cuando nos encontramos con valores negativos de temperatura nunca antes alcanzados en determinadas épocas del año. Con las lluvias o con la falta de ellas pasa algo parecido y esto es algo que se observa en todo el planeta; una tendencia general.


Extraído del artículo: El Clima de la Tierra a lo largo de la historia, de J. M. Viñas Rubio